
Desde que se dio el arribo de las llamadas TIC’S (Tecnologías de la Información y la Comunicación), se configuró la idea de una educación tecnologizada, la cual facilitaría la inclusión y adaptación escolares. Para lograr este fin, nuestro Sistema Educativo ha sido objeto en los últimos años de reformas e innovaciones pedagógicas para incorporar y aprovechar los beneficios de las TIC’S; sin embargo, ya en la práctica lo que hemos visto es que dichas reformas, cual postulados dogmáticos, han sido configuradas como recetas de cocina, lo que ha obstaculizado materializar los alcances proyectados. Y esto es claramente entendible si consideramos las deficiencias que existen y que se vienen arrastrando desde hace décadas en los planteles educativos, desde necesidades básicas como electricidad, agua potable, drenaje y aire acondicionado, hasta el equipamiento tecnológico y la conectividad satelital que se requiere para implementar todas esas novedosas estrategias pedagógicas que se le exigen al docente.
En contraparte, estas limitantes tecnológicas que persisten en las escuelas, son de algún modo compensadas pero a nivel individual, en donde por cuenta propia, un alto porcentaje de alumnos interactúan digitalmente en un mundo virtual a su libre albedrío y sin restricción alguna. Esto ha obligado al docente a ser sumamente creativo y adaptar a la realidad áulica, todo aquello que los “expertos” en políticas educativas suelen diseñar para un escenario utópico o ideal, uno donde las escuelas no adolecen de nada y la tecnología está siempre disponible, actualizada y al alcance de la comunidad escolar.
Pero dejando de lado (por el momento) los señalamientos y la constante demanda de asignar más apoyos a las escuelas. Mi intención por ahora es reflexionar sobre la sumisión y enajenación tecnológicas en que viven nuestros niños y jóvenes, y cómo esto contribuye a elevar los índices de deserción escolar, particularmente en el nivel medio superior o bachillerato, que ha sido desde siempre el cuello de botella en la escalera educativa.
Apenas la semana pasada, el Subsecretario de Educación Media Superior de la SEPyC, Dr. Rodrigo López Zavala, atrajo de nuevo a la opinión pública la delicada situación que se vive en Sinaloa, respecto a la deserción escolar en los niveles medio superior y superior. El funcionario estatal señaló que este fenómeno alcanza en nuestra entidad una tasa del 14. 5%, mientras que ya en la universidad es del 17,7 %. Y para complementar estas cifras, dijo que apenas un poco más de la mitad de los jóvenes en edad de estudiar una carrera profesional lo hacen, y de estos tan sólo un 30 % logra graduarse. Este grave problema cuya atención no admite ya más demora, no es por supuesto una situación fortuita, y el estar donde estamos parados hoy es resultado de la simulación y desgano con que atendieron el tema las pasadas administraciones. Muestra de ello es que ahora nuestra entidad se encuentra incluso por encima de la media nacional, donde la deserción escolar en bachillerato en el ciclo 2021-2022 fue del 9,2%.
En cuanto a las causales de la deserción escolar y que han sido analizadas hasta el cansancio, destacan principalmente la situación económica, los problemas en el entorno familiar, las aristas que envuelve al fenómeno de la violencia, la expansión de las adicciones y los embarazos a temprana edad. Sin embargo, hoy en día como elemento que vine a coronar todos estos factores, está el creciente problema que ofrece del lado oscuro de la tecnología y las redes sociales.
Y es que el uso excesivo de las redes sociales, ha generado la aparición de serias consecuencias negativas para los adolescentes, sobre todo para el segmento de entre los 12 y 16 años de edad. Esto ha ocasionado no sólo un bajo rendimiento escolar, sino también un marcado distanciamiento social a causa de ese mundo virtual en el que viven, donde el sentido de pertenencia y aceptación radica básicamente en función de cuántos seguidores tienen o del número de “likes” que alcanzan sus publicaciones. Por todo ello, la falta de límites, control y supervisión en el uso de dispositivos electrónicos y de interacción en las redes sociales, además de contribuir a esa actitud displicente con que los jóvenes desvalorizan la educación, está potencializando severos cuadros depresivos a muy temprana edad, lo que está ocasionando no sólo ausencias en las escuelas, sino mucho más grave aún, la pérdida de muchas vidas que apenas inician. Y muestra de esto último es el hecho de que el suicidio es ya la cuarta causa de muerte en nuestros niños y jóvenes (INEGI 2023).
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